A SHORT STORY BOOK BY DIEGO A. NIETO




 




SOLOS
We live, as we dream—alone. . . .
                                                                                 Joseph Conrad

En cuanto el chasquido de la llave resonó por el pasillo y las escaleras vacías, el hombre, con las yemas de los dedos, empujó la puerta, tanteó la pared a su derecha, encendió la luz y se volvió a la mujer:
—Pasa. Como si estuvieras en tu propia casa —a ellas siempre había que cederles el paso, no importaba lo que fueran o el país del que vinieran; así le habían enseñado de niño y así debía ser.  
La mujer, acostumbrada a entrar en viviendas de extraños, miró a su alrededor sin reparo: el vestíbulo pequeño y su perchero, la cocina a la izquierda, el cuarto de baño a la derecha, otra puerta y su penumbra, que más que miedo le produjo curiosidad. Él entró y, sobre una mesita frente al sofá, encendió una lámpara que dio una luz blanco azulada.  
—¡Wooo! —se sorprendía ella; pero no por el salón, los muebles, las cortinas; con lo que le había costado buscar, decidir, elegir, comprar; sino que se sorprendía por lo más natural: las paredes de suelo a techo cubiertas de estantes llenos de libros.  
—Esta luz es mejor para leer —aclaró y señaló la lámpara para asegurarse que le entendía—, no hace reflejos sobre el papel —no tenía por qué dar esas explicaciones, pero era esa falta de roce con la gente, y más en su propia casa, y más con una mujer, la obligación de decir algo; además, qué se decía a una de esas mujeres; y encima extranjera; aunque pensándolo bien mejor que fuera extranjera, nadie la conocería, ni ella conocería a nadie.
—¿Leel mucho tú? —la pronunciación entrecortada, la voz que quería ser cálida, subrayaba el exotismo de los ojos rasgados, de la piel leonada; invitaba a cosas ocultas, que no se hacen y si se hacen no se dicen.
—Se hace lo que se puede, como decía Belmonte.
—Yo no entiendo —separaba tanto las sílabas que parecían monosílabos aislados; yo – no – en – tien – do. El abrigo chillón querría ser sugestivo. Comenzó a arrepentirse de la referencia.
—Un torero famoso, que decía eso cada vez que Valle Inclán le decía que debía morir en el ruedo.
—¿”Va que” qué? 
—“Valle”. Un escritor —por qué hacía esas referencias, si esa mujer sería una ignorante, aquí y en su país, cualquiera que fuera; pero no iba a entrar en explicaciones vanas—. La calefacción está puesta; ¿por qué no me das el abrigo? —era muy confiada, ella; entraba en la casa de cualquier desconocido; nadie sabía dónde estaba; ahora le daba la espalda; el pelo tan negro, era único; y el cuello; ese cuello que de tan delicado se podía retorcer con sólo dos dedos;........ 
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